domingo, 20 de mayo de 2012

Seminario de Hermenéutica. Capítulo 1 - Introducción a la hermenéutica


Introducción a la Hermenéutica


H
ermenéutica (del griego hermenevein, interpretar). Es el arte o ciencia establecida para la interpretación de textos y muy especialmente la interpretación de los Textos Sagrados.
Nosotros nos ocuparemos de aquella hermenéutica aplicada a la interpretación de los Textos Bíblicos respetando el contexto histórico y gramático1 en el cual fue dada la Palabra de Dios, considerando el sentido ordinario de las palabras, las figuras literarias y retóricas, así como las parábolas, la poesía y la profecía.
1Si deseamos resultados fructíferos permanentes al estudiar la Biblia, es de suma importancia aprender a estudiarla respetando y considerando estas dos cosas: (a) La época en que se escribió cada Libro de la Biblia, a quién fue dirigido, qué factores sociales y culturales influían en el escritor, etc., y (b), La perfecta armonía textual de la Biblia (nuestra interpretación de algún Libro o pasaje bíblico nunca deberá contradecir otra parte de la Biblia, demostrando así su sobrenatural cohesión), el estilo literario del escritor, la intención de las palabras escritas, entre otras.
La Hermenéutica establece los principios, métodos y reglas, que son necesarios para revelar el senti­do de lo que está escrito. Su objetivo es esclarecer todo lo que pudiera parecer oscuro o difícil de entender, de manera que, mediante un proceso inteligente, todo lector pueda comprender correctamente la intención e ideas exactas con que se escribió cualquier Libro de la Biblia. Provee además, las herramientas necesarias para ser un intérprete fiel de las Escrituras (1 Co. 2:4; 2 Co. 4:2).
Cómo dejar de ser un simple lector de la biblia y convertirse en un intérprete fiel de la palabra de dios
1.      Empieza con oración.
2.     Lee la Palabra.
3.     Estudia la Palabra.
4.    Medita la Palabra.
5.     Memoriza la Palabra.
6.    Lee lo que otros han escrito acerca de la Palabra.
7.     Obedece la Palabra.
8.     Predica la Palabra.
Alguien lo ha dicho en una manera muy breve y persuasiva: “La Biblia —apréndela de memoria; guárdala en tu corazón; muéstrala con tu vida; siémbrala en el mundo”.
1.     Empieza con oración.
No ha habido ningún libro que haya sido escrito por hombre que otro no puede entender. Pero la Biblia es diferente. No se puede entender la Biblia a menos que el Espíritu Santo sea el instructor. Él desea enseñarnos. El Señor dice: “Él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13). Al abrir la Palabra de Dios debemos suplicar como el salmista: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu Ley.” (Salmo 119:18). Cuando el salmista escribió estas palabras, claro que él estaba pen­sando en el sistema antiguo, antes de la era cristiana. Hoy día lo extendemos para incluir todos los libros de la Biblia, y podemos decir, “Abre mis ojos, y miraré las mara­villas de tu Palabra.
Pablo oraba por los efesios del siguiente modo:
Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la glo­ria de su herencia en los santos.” (Ef. 1:17, 18).
La oración de Pablo era que el Señor les diera, a los creyentes de la Iglesia de Éfeso, sabiduría para entender la Palabra. Cada vez que Pablo hacía sus oraciones le pedía a Dios que abriera los ojos espirituales a los efesios para discernir correctamente las Escrituras Sagradas.
Esta es la oración del apóstol Pablo, y si alguien se acuerda de mí mientras ora, esta es la oración que quiero que eleve —que mis ojos espirituales sean abiertos—. También me gustaría recordarlos a ustedes en oración así. Creo que la cosa más importante para ustedes y para mí hoy en día es conocer la voluntad de Dios, y para conocer la voluntad de Dios debemos escudriñar diligentemente las Escrituras.
No nos es posible conocer la Palabra de Dios a menos que el Espíritu de Dios sea nuestro Maestro. Eso es lo que dice Pablo en su primera epístola a los corintios:
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Es­píritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Co­r. 2:12-14).
La razón por la cual tantos no entienden nada de la Biblia es simplemente porque no dejan que el Espíritu de Dios les enseñe. La Pala­bra de Dios es diferente que cualquier otro libro porque el hombre común no puede apreciar estas cosas, y le parecen una locura. Dios nos ha dado el Espíritu Santo para guiarnos en la loable tarea del estudio a la Biblia. Él, y solo Él (el Espíritu Santo), es nuestro Maestro; sólo Él puede tomar la Palabra de Dios y darle sig­nificado, pero para que esto suceda nosotros debemos pedirle humildemente, con nuestras propias palabras, que nos ayude y nos abra el entendimiento para que conforme vayamos avanzando en nuestra lectura y estudio logremos discernir cada palabra escrita.
2.    Lee la Palabra.
Leer la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis es el primer paso del Estudio Bíblico. De hecho, leer la Biblia no es el único paso de nuestra jornada, sino una disciplina que debemos mantener toda nuestra vida.
En el libro de Nehemías vemos algo muy interesante:
Venido el mes séptimo, los hijos de Israel estaban en sus ciuda­des; y se juntó todo el pueblo como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, y dijeron a Esdras el escriba que trajese el libro de la ley de Moisés, la cual Jehová había dado a Israel. Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo. Y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta de Las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que po­dían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley.” (Nehemías 8:1-3).
Este es un pasaje muy notable de las Escrituras. El pueblo hebreo había estado cautivo en Babilonia por unos setenta años; muchos de ellos nunca habían oído la Palabra de Dios. Es probable que hubiera una sola copia de la Ley, o tal vez dos, y Esdras tenía una de ellas. Se paró y leyó delante de la puerta de Las Aguas a todo el pueblo.
Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sen­tido, de modo que entendiesen la lectura.(Nehemías 8:8).
Veo, por la manera en que se relata la historia, que colocaron a hom­bres de la tribu de Leví en ciertos lugares entre la gente. Después de leer alguna porción, Esdras dejaría de leer para que los que escuchaban tuvie­ran la oportunidad de hacerles preguntas a los hombres que se apostaban cerca de ellos para explicárseles la Biblia.
Y los levitas hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar.” (Nehemías 8:7b).
No solo leían la Palabra, sino también se aseguraban de que el pueblo enten­diera lo que leían.
Nos hace falta leer la Biblia, y aún más, profundizar en ella con tesón. No es suficiente leer sólo unos versículos favoritos. Hay que leer toda la Palabra de Dios. Ese es el único método de conocerla, y es el método de Dios.
Lean la Palabra de Dios. Si no la en­tienden la primera vez, léanla por segunda vez. Si no la entienden la se­gunda vez, léanla por tercera vez. Sigan leyéndola sin desmayar. Permítanme decirles que no perderán el tiempo. Debemos estudiar con ahínco los hechos de la Palabra de Dios.
3.     Estudia la Palabra.
Nosotros debemos hacer más que simplemente leer si queremos conocer toda la bendición de la Palabra de Dios (debemos estudiar). Muchos cristianos creen incorrectamente que un estudio a fondo de las Escrituras es solo para teólogos, pero las Escrituras nos enseñan ellas mismas que el estudio de las Escrituras es para todos. En Hch. 17:11 vemos un gran ejemplo: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.
Pedro mismo admite que dentro de las Escrituras del Nuevo Testamento hay algunas difíciles de entender (2 P. 3:16) y lo que es peor, los que no las entienden por ser neófitos e indoctos las tuercen y enseñan mal, arrastrando a multitudes hacia el error; es por ello la imperiosa necesidad de estudiar con disciplina y paciencia, pues solo así creceremos en conocimiento de Dios y además evitaremos ser engañados por falsas doctrinas.

Es importante considerar dentro de nuestra biblioteca personal por lo menos lo siguiente:

  • Una Biblia de estudio.
  • Al menos 2 versiones diferentes de la biblia.
  • Un diccionario de la lengua española.
  • Un diccionario bíblico.

4.   Medita la Palabra.
¿Qué significa en verdad meditar en la Palabra de Dios? Hay una declaración muy interesante en el primer Salmo:
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley me­dita de día y de noche.” (Salmo 1:1, 2).
El meditar es reflexionar, recordar, y considerar una y otra vez. Hay que tomar lo que hemos leído y estudiado, y luego me­ditar en ello.
La meditación en la Palabra de Dios es y debe ser un artículo de primera necesidad.
Francamente, la televisión en muchos hogares elimina la posibi­lidad de meditar, y está cambiando la vida espiritual de muchas familias. Una de las razones por la cual nuestras iglesias tienen una frialdad y una indiferencia en cuanto a la Palabra de Dios es simplemente debido a la falta de meditación en ella.
Como cristianos debemos darnos cuenta de que la meditación es una disciplina que nosotros debemos practicar. La Meditación Bíblica es simplemente la disciplina de concentrarse o centrar toda nuestra mente en la verdad de la Escritura de modo que mejoremos nuestra comprensión de ésta y lo más importante de todo es que la apliquemos a nuestras vidas.

Las siguientes sugerencias nos podrán ayudar a aprender a meditar:

  1. Elije un pequeño texto de unos cuantos versículos; no más de un párrafo.
  2. No te apresures para leer.
  3. La oración permite la meditación.
  4. Lee el texto varias veces. Concéntrate en el significado de cada palabra y frase.
  5. Anota tus descubrimientos en un pequeño cuaderno. Escribe cómo eso se aplica a tu vida y medita en tus notas.
  6. Continúa meditando en el pasaje y en lo que has aprendido.

5.    Memoriza la Palabra.
La Palabra de Dios nos exhorta a hacerlo (2 Ts. 2:15; 2 Ti. 3:14). Mientras estamos leyendo o estudiando la Palabra, encontraremos versículos claves que tendrán un significado especial para nuestras vidas. Nosotros debemos memorizar estas porciones de las Escrituras de modo que ellas puedan continuar recordándonos lo que hemos aprendido y cómo debemos vivir. La memorización de la Palabra de Dios es la clave si queremos ver el fruto completo de nuestra lectura y estudio de la Biblia.
Memorizar las Escrituras es una de las disciplinas cristianas mas ignoradas. Muchos cristianos creen que aprenderse de memoria las Escrituras es simplemente muy difícil. Esto no es verdad. Todos pueden hacerlo, solo es cuestión de empezar y no desfallecer en el intento. Las siguientes sugerencias nos pueden ayudar:

a.    Memoriza pequeñas porciones. Comienza con pequeñas porciones de la Escritura. No desesperes; es una disciplina para toda la vida.
b.    Memoriza los versículos de tu interés. Memoriza los versículos que te interesan o te pueden ayudar con tu crecimiento espiritual. Por ejemplo, si tienes un problema con la paciencia entonces memoriza versículos que hablen sobre las virtudes y la bendición de la paciencia.
c.      Memoriza sistemáticamente. Memoriza versículos que traten con un tema específico. Cuando hayas dominado esos versículos, elije otro tema y comienza de Nuevo.
d.    Memoriza en las oportunidades. Lleva tus versículos a memorizar contigo en pequeñas tarjetas. Trabaja en la memorización de la Biblia cuando estés manejando hacia el trabajo, estando conectado(a), limpiando la casa, etc.
e.     Revisa periódicamente los versículos de la Escritura que ya has memorizado, de modo que ellos siempre estén firmemente enraizados en tu corazón y mente.

6.   Lee lo que otros han escrito acerca de la Palabra.
Para una correcta interpretación y estudio de la Palabra de Dios, es importante leer lo que otras personas han escrito y comentado acerca de la Palabra de Dios con el propósito, no de depender de lo escrito por ellos, sino de comparar lo que Dios nos ha revelado con lo que le ha revelado a otros incluso siglos atrás.
Es bueno saber lo que pensaban los padres de la iglesia temprana, los primeros cristianos, los reformadores, los puritanos, etc., para darnos cuenta de que la Biblia trasciende fronteras, culturas y lenguas y que Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos de los siglos.
Esta es una manera práctica de saber si estamos interpretando la Biblia correctamente o no, ya que si nosotros interpretamos la Biblia de un modo pero la historia del cristianismo dice todo lo contrario, seguramente nos hemos equivocado, y entonces es necesario recapitular y estudiar con más cuidado.
Un ejemplo muy claro lo vemos con los 4 evangelios, los cuales fueron escritos por personas diferentes, en tiempos diferentes, pero todos tienen una gran verdad: Jesucristo vino en carne, entregó su sangre voluntariamente en la cruz para redimir al pecador y resucitó al tercer día. 4 mentes totalmente distintas pero guiadas por un mismo Espíritu. ¿El resultado? Una perfecta descripción de la obra redentora de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

7.    Obedece la Palabra.
Tu lectura, estudio, memorización y meditación de las Escrituras tiene un solo propósito principal: Obediencia (1 P. 1:2; 1:22). El objetivo de la vida cristiana no es conocer o entender, sino la transformación de nuestro carácter a través de nuestra obediencia a la Palabra de Dios.
La obediencia también es importante porque hay personas que juzgan la cristiandad por la vida de usted, y la mía, y nos miran hoy en día. La mejor manera de poner en alto el Evangelio de Jesucristo es viviendo una vida digna del Evangelio. Obedeciendo la Palabra de Dios demostramos nuestra fe. Nuestra conducta sujeta a la Verdad es el testimonio visible del poder de un Dios invisible.
¡Cuán importante es obedecer la Palabra de Dios! Yo creo que actualmente los que son miembros de iglesias perjudican más a la cristiandad que cualquier otro grupo. Esa es una de las razones por la cual vemos toda esta rebelión fuera de la iglesia. Rebelión contra el establecimiento es rebelión contra la iglesia porque ella es el establecimien­to. En un cartel que se llevaba durante una marcha de protesta se escri­bían cuatro palabras: “Iglesia —No; Jesús —Sí”. Francamente, no hay duda de que las vidas que llevan muchos que se dicen cristianos es la causa de que multitudes se aparten de la iglesia o que incluso ni siquiera quieran acercarse a una (Rom. 2:24).

8.    Predica la Palabra.
El error más grande dentro del cristianismo es querer predicar a otros solo con palabras, de tal modo que queremos persuadirles como si estuviéramos vendiendo algún producto maravilla. No hay predicación más contundente que aquella que proviene de nuestro estilo de vida. Las palabras convencen pero los hechos arrasan.
En Timoteo 4:16 Pablo dirigiéndose a Timoteo lo exhorta a que cuide su testimonio como creyente de Cristo asimismo como la doctrina que pudiera llegar a enseñar. El testimonio personal es tan importante como un correcto trazo de la Palabra.
El ministro de Dios no solo debe dar buen testimonio con los que están dentro de la iglesia sino también con los de afuera (1 Ti. 3:7; 5:10). Es menester que cada discípulo de Cristo dé frutos dignos de Él (Mt. 7:16-20).
Por consiguiente, una vida agradecida, jamás callará, sino que siempre querrá hablar las maravillas de Dios, porque ciertamente para esto fuimos llamados (Mr. 16:15; 1 Co. 9:16; 1 P. 2:9).



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